Las niñas del Opus Dei preparan un Musical

MARIA FERRÀNDIZ TARRUELL

En el lujoso barrio de la Bonanova de Barcelona, concretamente en la calle Copernic número 8, se encuentra la Asociación Cultural Carena, un centro de actividades extraescolares que ofrece a las familias un amplio abanico de actividades para chicas de 6 a 17 años des de hace más de 40 años. El ensayo del viernes 12 de abril para preparar el musical de fin de curso es un caos. Es el primer ensayo general que hacen todas las niñas de todos los cursos juntas, cuando tan solo faltan dos semanas para la representación del domingo 28 de abril en el Teatro de Sarrià.

Las niñas uniformadas ensayando

No están presentes todas las que participan, pero aún así son unas 100 aproximadamente y parecen como una masa de color granate, debido a su uniforme de la escuela en la cual casi todas ellas están escolarizadas, el Colegio Canigó. Ambas organizaciones están encomendadas a la Prelatura del Opus Dei, una institución de la Iglesia Católica fundada el año 1928  San JoseMaria Escrivà de Balaguer. Oleguer Alguersuari, el encargado de gravar los coros de las canciones debe chillar para hacerse escuchar. Las más pequeñas no paran de moverse, casi todas hablan entre ellas y las protagonistas no se saben el guión. Las monitoras, intentan poner orden, sin obtener mucho éxito. Llama la atención que aún que todas son niñas de buenas familias de Barcelona de toda la vida, tanto ellas como monitoras se comunican en castellano.La monitora de teatro dirigiendo

En el Club Carena se realizan actividades durante todo el curso, como ballet, estudio dirigido, animación lectora, charlas de formación, inglés, música, cocina, o teatro, todas ellas dirigidas por monitoras especializadas. Pero cuando se acerca el fin de curso, como es habitual en toda extraescolar, preparan un festival de clausura del curso. Carena, era conocida por organizar el Festival Internacional de la Canción, donde tanto ellos como otras organizaciones de sus características, participaban en un concurso de canciones compuestas y creadas por ellos mismos y un jurado profesional les avaluaba. Este año debido al coste que supone y los problemas económicos que acechan a todos, han decidido organizar un musical propio llamado Wings que significa alas. Las niñas siguen con sus actividades semanales, pero todos los viernes deben ir al club a ensayar el musical, que trata de tres ángeles de la guarda que necesitan conseguir las alas protegiendo a sus niñas, pero una se resiste por qué no es buena persona, aunque finalmente aprende y cambia. Como vemos tanto en el argumento del musical como en cualquier actividad intentan enseñar los valores e ideales que se intentan transmitir a las chicas de Carena, de esta forma aprenden una ideología mediante el ocio.

El cartel del musical de este año

Los ensayos se realizan en las instalaciones del mismo club, que son ideales para llevarlas a cabo. Carena es como un bloque de pisos, ya que hay cuatro plantas y tiene incluso un ascensor. Consta de un patio exterior aunque no muy grande, parking de coches, gimnasio, vestuarios con duchas, cocina totalmente equipada, unas quince salas de estudio, salón de actos, y una pequeña capilla donde realizar las plegarias.

Cuando termina el ensayo, que según las monitoras ha sido un fracaso por la falta de compromiso de las niñas con el musical, los padres, más bien dicho las madres, las esperan en la recepción. Son mujeres arregladas, maquilladas y bien vestidas que recogen a las niñas con una sonrisa. Un mosén, saca la cabeza de la capilla de Carena al oír todo el jaleo y se pone a hablar con algunas de las madres mientras esperan a sus hijas. Montse, la secretaria del club i la encargada del vestuario del musical, va de un lado a otro, hablando con madres, con monitoras y cobrando cuotas del mes, hasta que se va todo el mundo. Entonces apaga todas las luces y cierra la puerta con llave. Mañana será otro día en Carena, ya que está al servicio de las familias en todo momento.

Las niñas de 4º de primaria terminando un baile

Antes de la Santa Misa

AROA CARRERA GÓMEZ

Falta media hora para que se inicie la misa en la Parroquia Santa María de Cornellá de Llobregat. Dentro de la iglesia, un grupo de niños prepara la catequesis junto a su profesora. Un poco más para fuera, una pareja de unos cuarenta años le reza a cristo crucificado situado en la parte derecha de la iglesia, al acabar, el hombre le da un beso en el pie a cristo y se santifica. En la parte izquierda, una mujer le reza a las vírgenes pidiéndole sabe Dios qué cosas. En la puerta de la iglesia, dos mujeres y un hombre de etnia gitana se preparan con vasos de plástico para pedir dinero. Todos y cada uno de ellos entre otras muchas personas, como cada domingo en Cornellá de Llobregat, asisten a la Parroquia debido a que a las 12 del mediodía comienza la misa.

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Siguen llegando personas a la iglesia. Entre ellos abundan las personas mayores de 60 años en adelante. También hay muchos inmigrantes provenientes de Sudamérica y algunas familias con sus hijos pequeños.

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Conforme van entrando, “¿Nos pueden dar una ayuda por favor?” “Buena misa” van diciendo las mujeres y el hombre de la puerta de etnia gitana. La gran mayoría de personas les da algo de dinero. Algunos hasta se paran a conversar, “¿Cómo están?” les pregunta un señor mayor con camisa blanca de rayas y un bastón, símbolo de que se conocen de otros domingos atrás o, incluso de cualquier otro día de misa.

Dentro de la iglesia las personas se sientan en los bancos de forma dispersa. Cada vez hay más gente. Por los altavoces se oye “Rogamos mantengan el silencio, en breves momentos empezará la misa”.

Una señora de unos 60 años llega a la iglesia, busca un sitio de los muchos bancos que hay y, en vez de sentarse, se arrodilla y se pone a rezar. Mientras la mayoría de personas se sientan para esperar al inicio de la misa, hay personas que se ponen a rezar a alguna virgen. Una señora le reza a la virgen de Montserrat, al acabar, enciende cuatro velas dando donativos a la iglesia. Después, va a otra virgen y se pone a rezar también. Y así sucesivamente durante un cuarto de hora aproximadamente. Una niña de unos 7 años de edad le reza al cristo crucificado y le da un beso al terminar. Entra un padre con sus dos hijos a la iglesia, al entrar se arrodilla y se santifica mirando al frente. Todas estas personas son diferentes entre ellas y tienen vidas totalmente distintas pero hay una cosa que les ha unido ese mismo día en ese mismo sitio como cada domingo, su fe en Dios.

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Ya va a iniciarse la misa. Hay 200 personas aproximadamente ocupando la iglesia que está prácticamente llena. Todas ellas están ahí porque creen en Dios y en su salvador. Están allí para pedirle que cuide de ellos y de sus seres queridos. Sale el cura, un chico joven de unos 35 años. Detrás del santo padre vemos la imagen de un proyector, que va marcando qué se lee, qué se canta y qué tienen que decir las personas allí reunidas.  Una señora hace la primera lectura. “Estamos aquí reunidos para amar a Dios y a Jesús…”. Se da por iniciada la misa.

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Domingo de Ramos

CARMEN SEGURA GARCÍA

Como cada año, los feligreses del barrio de Poblenou, una de las localidades más históricas de Barcelona, se concentran frente a la parroquia de Sant Bernat Calbó para celebrar juntos el Domingo de Ramos. Mosén Oriol llega con retraso y el centenar de vecinos espera animosamente en la plaza de la iglesia. Los niños del Catecismo presiden la tarima portátil y, a sus pies, se aglutinan los orgullosos padres, que no han escatimado en trajes para sus pequeños. Así pues, como si de un concurso de belleza se tratara, entre las niñas se respira cierto aire de rivalidad; el mejor modelito se lleva la palma.

La verborrea de los presentes se ve sofocada ante la llegada del párroco y su séquito. Mientras, los cantos religiosos, dirigidos por el rector de la iglesia, no tardan en inundar el ambiente cálido y familiar de la plaza. Las catequistas adquieren el rol de coro y acaparan la atención de sus alumnos, que las miran embelesados sosteniendo los palmones con las manos. Dos Aleluyas más tarde, el cura decide poner fin al concierto religioso e inicia su sermón.

El pasaje bíblico pertinente hace bostezar disimuladamente a más de un vecino y sólo el llanto de un bebé disturba su pronunciamiento; aceptar el aburrimiento no está permitido. En la lejanía, entre la muchedumbre de cristianos, una pareja trata de abrirse espacio y la gente se revuelve quejumbrosa a su paso. En un intento desesperado de hallar algo o alguien, el matrimonio reclama la ayuda de otros fieles, que rechistan y les impiden aproximarse al escenario. La voluntad de los feligreses de permanecer en primera fila, para poder ser bendecidos con el agua del párroco, conlleva empujones, pisotones y caras largas.

Pronunciado el pasaje evangélico de San Mateo, el rector entona un nuevo cántico y la melancólica plegaria de Mosén Oriol se completa con la lectura de los deseos de los niños, cargados de fe y esperanza. El agua bendita revitaliza a los adormilados creyentes, que alzan y sacuden sus palmones con ímpetu, rememorando la entrada de Jesús en Jerusalén. La especial perseverancia de los más chiquitos conmueve a todos los presentes y centenares de sonrisas dan por finalizada la Eucaristía con el rezo de un ‘Padre Nuestro’ y un sonado aplauso.

Los vecinos abandonan progresivamente la plaza de Sant Bernat Calbó y el cura se moviliza al interior de la parroquia, dejando tras él una estela de oraciones de los más devotos. En silencio, dos grandes ojos azules llenos de lágrimas aguardan a los pies del escenario; una niña, de no más de 7 años, escudriña cada rincón de la plaza en busca de consuelo. “¡María! ¡María! ¡Estamos aquí!”. El angustiado llanto se intensifica por momentos y la cría echa a correr irrefrenablemente, perdiendo el inmenso lazo de su palmón por el camino. En cuestión de segundos, unos brazos grandes y fuertes la atrapan al vuelo y la balancean en el aire sin cesar; el matrimonio por fin ha encontrado a su pequeña.

Poco a poco, el lugar se torna desértico. Los furgones de limpieza recogen los despedazados ramilletes de olivo que ocupan el empedrado y, en una esquina, un vendedor de globos hace recuento de sus beneficios. Comienza la Semana Santa.

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La misa de Pascua consigue atraer unas 200 personas en Castellar del Vallés

SERGIO RUIZ VELASCO

Como cada domingo, los cristianos más devotos, en su mayoría gente de la tercera edad, acuden a la iglesia para formar parte de la misa ofrecida por el cura de su localidad. Lo mismo sucede en Castellar del Vallés, una población de unos 20.000 habitantes situada entre Sabadell i Terrassa.

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Al contrario que en la mayoría de los pueblos y ciudades, en la Iglesia de San Esteban de Castellar, la catedral del Vallés, se ofician dos misas, una a las 11h en castellano y otra a las 12h en catalán. Ya sea por cuestión de horario o de lengua, las dos sesiones reciben un número de asistentes muy diferente. Mientras que a la primera acuden cerca de 200 personas, la misa en catalán no supera los 30. No obstante, la fe cristiana lleva a los fieles a salir de casa el domingo y acudir a la casa del señor.

La llamada

Cuando se acerca la hora, los fieles empiezan a acudir a la llamada de la iglesia, cuyas campanas resuenan por toda la ciudad. Dentro, el cura Ramón Villarino, bajo la figura de San Esteban y con un monaguillo a su lado, da la bienvenida a los asistentes con un cántico religioso al que se le suman las voces de todos los que van entrando. Cuando cada uno ha ocupado su sitio, el cura bendice a los presentes con agua bendita y, con un silencio absoluto de fondo, empieza el sermón correspondiente al domingo de la tercera semana de Pascua.

El cura ofrece gran parte de la misa ante el altar, de cara a los fieles // Sergio Ruiz

El cura ofrece gran parte de la misa ante el altar, de cara a los fieles // Sergio Ruiz

Durante el sermón, la misa intercala la lectura de los evangelios con los cánticos en los que participan todos los asistentes y oraciones a las que responden todos al unísono. Además, también suben feligreses a leer oraciones y dirigir algunos cánticos. Durante la misa, el cura, con el monaguillo a su lado en todo momento, también trata algunos temas de actualidad que preocupan a los ciudadanos y con la frase “Jesús resucitado, escúchanos”, se pide a Dios que alivie los problemas. El cura también hace alusión al Papa Francisco I y presenta su doctrina como un ejemplo a seguir para los fieles y toda la cristiandad en general.

Una vez terminado el sermón, unas colaboradoras de la parroquia pasan por todos los bancos con un bolso en la mano para que los fieles donen algunas monedas para financiar los gastos de la iglesia. Casi todos los presentes hacen alguna aportación. A continuación, el cura Ramon Villarino se sitúa detrás del altar para realizar el ritual correspondiente a la eucaristía y rezar el Padre Nuestro. Cuando acaba la oración, los asistentes a la misa estrechan la mano con los de su alrededor en símbolo de paz y, los que lo desean, hacen cola en el pasillo central para que el cura les dé el pan, que simboliza el cuerpo de Jesús.

Hasta el próximo domingo

Al salir, algunos quieren besar los pies a la figura de Cristo // Sergio Ruiz

Cuando la misa toca a su fin, un feligrés recuerda a los fieles el programa religioso de las próximas semanas. Finalmente, con un cántico de despedida, el cura da por terminada la misa.

Antes de salir del templo, algunos devotos hacen cola para besar los pies de la figura del Cristo crucificado que se encuentra junto a la puerta de salida. Otros aprovechan para donar algunas para obras de caridad. Poco a poco, todos van saliendo de la iglesia para reunirse fuera y hablar sobre temas cotidianos y banales y saludar a aquellos a los que no han visto en toda la semana. Una vez fuera, parece como si se tratara de un mundo distinto. El silencio de la iglesia se convierte en el ruido de las múltiples conversaciones superpuestas del exterior. Finalmente, la plaza se va vaciando progresivamente hasta el próximo domingo, que volverá a llenarse de vida.